A lo largo del año se escriben mil artículos sobre Semana
Santa, sobre música cofrade o sobre las flores que llevan los pasos, pero nunca
he leído un artículo que hable sobre la vida de un músico y sobre las personas
que lo rodean, y creo que es necesario hacerlo de una vez, ya que he tenido la
suerte de pasar por ello.
El momento en el que te inscribes a una banda es un momento
bonito y que recordarás siempre, ya que pasas a formar parte de un gran grupo
humano de una calidad notoria y excelente, pero a lo largo de tu periodo en
dicha banda sabes que tienes que hacer una serie de sacrificios y esfuerzos a
lo largo de todo el año para poder ir a ensayar o ir a tocar con tu banda, y
dejar de lado cosas que también te gustan o personas con las que te apetecería
estar por cumplir con tus obligaciones.
Porque, aunque no se considere como tal, tocar en una banda
a parte de un bonito hobby, es un trabajo. Trabajo que muchas veces se echa por
tierra y no se valora por parte de aquellos que no saben los sacrificios que
haces durante todo el año para poder estar ahí, sacrificios que haces durante
todo el año esperando que llegue un nuevo Domingo de Ramos, y ver durante 8
horas la trasera de un palio (ya quisieran muchos).
Porque amigos, a mí me leeréis criticando alguna marcha, o
cualquier cosa tonta de las bandas, pero no me leeréis criticando sobre esto
mismo que escribo hoy, sobre el sacrificio humano y personal que hace un
músico. A todo aquel que critica eso, le recomiendo que se apunte a una banda
un año y luego pueda opinar libremente y criticar sobre este aspecto.
Pero no todo va a ser sacrificios, no todo es malo en una
banda. Por suerte, en una banda nos encontramos por el camino a compañeros que
pasan a ser amigos, y en algunos casos casi hermanos de sangre. Amigos que
hacen agradable tu día a día en la banda, que te animan en los momentos más
duros donde estas harto de todo, que te hacen más amena una procesión de 10
horas en un pueblo perdido de la mano de Dios. Amigos con los que comerte ese
bocadillo de tortilla, que sabe a gloria, después de una procesión larga, donde
has pasado hambre y has aguantado tus “necesidades” por tener que tocar una
“chicotá” y no poder salirte de la formación. Por suerte, están esos amigos con
los que hay risas mil.
¿Cuántas horas pasa un músico a lo largo del año en un
autobús? ¿Cuántos conciertos cada fin de semana en pueblos lejos de tu casa?
¿Cuántos conciertos de domingo por la mañana y tenerte que quedar un sábado en
casa cuando tus amigos salen de fiesta? ¿Cuántos planes de noviazgo que no se
llevan a cabo porque tienes que tocar con tu banda? ¿Cuántas Semana Santa ha
deseado tu pareja o amigos ver todas las procesiones contigo y pasar esa semana
contigo, pero no puedes porque tienes que tocar con tu banda? ¿Cuántos amigos se
han enfadado contigo porque tienes compromisos con tu banda y no puedes quedar
con ellos?
Por todo eso, un músico no tiene por qué aguantar críticas
sobre el esfuerzo que hacen cada año por poner sones en Semana Santa a una
Hermandad, porque se puede criticar una marcha, pero no criticar el esfuerzo.
Por último, creo que es necesario aplaudir a los padres que
se quedan hasta las tantas esperándote que llegues de tocar de madrugada, que
te esperan con una sonrisa y algo de comer para que te vayas a la cama con
mejor cuerpo, que te animan en esos momentos que no te apetece ir a ensayar o
tocar en un acto, y aunque a ellos les gustaría pasar más tiempo contigo, solo
desean que tú seas feliz, y saben que, tocando tu instrumento y poniéndote ese
uniforme, eres feliz.
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